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martes, 28 de agosto de 2012

Sueño de Luna



Un día o mil.
Entre la oscuridad y el tormento el tiempo se vuelve espeso, tangible, se mezcla con el olor a heces y orines (el olor del miedo), con el gusto a sangre y con la omnipresente sed, formando un espiral  de locura, del que sólo logro escapar durante la noche, cuando los monstruos descansan y se reponen y son asaltados por los fantasmas del dolor causado. Mis fantasmas son otros. 
¿Podré soñar?
Todos hablan en algún momento, yo aguanté todo lo que pude pero mi cuerpo se desgarró y por sus fisuras el alma se me fue escapando de a poco, dejándome sin fuerzas, sin ganas de pelear, muerto sin morir. Di nombres de gente que no conocía, señalé lugares que nunca frecuenté, traicioné a mis compañeros y a ella. ¡Quiero soñar!
¿Cobarde? No, para nada, nunca (ruego a Dios que así sea) sentirán lo que yo sentí, es inexplicable, el dolor que estos monstruos imparten no es de este mundo, es un dolor que trasciende lo físico, es un dolor que pulveriza la vida.
Duele respirar.
Duele abrir los ojos.
Duele pensar.
Duele cada latido.
Duele vivir.
Pero no duele soñar.
Porque contra los sueños no pueden, el oscuro poder no logra mancillar ese último refugio. Quiero dormir, quiero volar.
Y sueño.
Cierro los ojos y veo un pedazo de cielo nocturno, un telón oscuro rasgado por una dentellada plateada. Es la luna y siento su frío abrazo. Una lágrima asoma, el dolor se desvanece, pido perdón y perdono. Me entrego a esos brazos tenues que me elevan y me alejan de este inmundo pozo, me voy, la vida… ya no duele.

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