Las frías letras de una enciclopedia dirán “Único satélite natural de la Tierra.”
Mentes más inocentes, y por lo tanto hermosamente imaginativas, creen que es de queso y que la habita un conejo de descomunales proporciones.
Mentes más inocentes, y por lo tanto hermosamente imaginativas, creen que es de queso y que la habita un conejo de descomunales proporciones.
Los locos y poetas -incomprensible separación ésta, ya que los locos son poetas y viceversa- verán en ella la inspiración, la fuente de donde beber versos y un enorme pañuelo para enjugar lágrimas.
Pero todos sabemos que la Luna es un espejo que refleja los rizos dorados del Astro Rey, pero es un espejo con voluntad propia, que negándose a su destino de mero reproductor de fulgores ajenos, suaviza con su dulce rostro ese destello cegador, lo palidece y lo enfría lo suficiente como para que los locos, los niños, los enciclopedistas y nosotros podamos hacer lo que no podemos con el Sol.
A la Luna podemos mirarla directamente sin lastimarnos los ojos y a la vez encandilarnos el alma…