En una cervical clave de sol, a punto de caer por tu espalda en musical cascada, tu cuerpo se hace melodía y la tinta canción.
Todos quieren hacer suya esa balada, tañir a besos tu piel, abrir a versos tu corazón.
Inútiles y hermosos intentos, desconocen que ese pentagrama eterno no pertenece a nadie de este mundo, ni siquiera al que a fuego lo marcó.
Esas notas que vuelan en tu piel y lloran en tu alma son para él, el único que las escucha... el que vive y te abraza a través de esa canción.
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