Una tabla recibe ansiosa la sangre que brota
del cogote pelado que no quiso ser lo que debía ser. Un rebelde, un cantor al
crepúsculo cuando en realidad al amanecer se lo necesitaba.
Una tabla recibe ansiosa la sangre que brota
de esos ojos tristes, ojos vítreos, ojos-espejo que vieron lo que nadie vio.
Olieron colores insípidos y ahora lo pagan.
Una tabla recibe ansiosa la sangre que brota
de la venas, venas que transportan música, sangre melodiosa que se pierde
porque nadie la quiere escuchar, sin embargo la hace eterna.
Una tabla recibe ansiosa la sangre que brota
de la lengua del poeta que por no decir palabras impuestas la mordió hasta
matarla.
Una tabla recibe ansiosa la sangre que brota
del aleteo de una alondra, que herida por el filo plateado de la luna, cayó en
tu cocina.
Y pensaste que era un gallo y pensaste que la
sopa iba a ser reparadora. No, la sopa de letras muertas llena pero no
alimenta. Ahora la alondra no volará, no llorará, no cantará, no nos regalará
el sonido azul de sus dulces ojos. Maldito cuchillo que no supo escuchar ni ver
lo bello de lo no muerto, de lo que no duerme, de lo que se sueña…
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